Esta columna es escrita antes de la final del Mundial. El resultado de dicho partido no moverá la aguja, al menos en este análisis.
No es usual que un futbolista juegue su mejor Mundial en su quinta participación. Menos que su mejor desempeño sea a los 35 años. Lionel Messi ha hecho eso en Qatar. Lejos su mejor Mundial. Hasta esta Copa, el rosarino sólo había convertido goles en fase de grupos. Ahora ya sumó anotaciones en octavos, cuartos y semifinales. Falta aún la final. Ha anotado cinco goles, que lo convirtieron en el máximo anotador trasandino en Mundiales. Cuando entre a la cancha el domingo, será el futbolista con más partidos en Copas del Mundo en la historia.
No es lo mismo ser campeón que salir segundo. De eso no cabe duda alguna. Todos quieren ganar y la medalla de oro es diferente a la de plata. El análisis debe considerar el resultado, siempre. Pero no debe reducirse sólo a ese parámetro. Sino sería demasiado simple y demasiado injusto.
La lucha entre Francia y Argentina aparece durísima. No es una final descabellada. La eliminación de Brasil le abrió el cuadro a la selección de Scaloni, pues el Scratch era mucho más equipo que Croacia.
A veces se instalan verdades que suenan como slogan pero no son reales. Aún escucho y leo que a Messi le falta hacer algo importante con la selección de su país. Enumero. Máximo anotador histórico, máximo asistidor, mayor cantidad de partidos jugados, máximo anotador en Mundiales, campeón Mundial Juvenil, cuatro finales de Copa América, una ganada, dos finales de Copa del Mundo. ¿Qué le falta? Ser campeón del mundo. Si gana, ya no sería cuestionable su inclusión en la mesa de los mejores. Si pierde, tampoco. Un espacio entre los mejores de la historia ya lo tiene reservado hace largo rato.