El arbitraje perfecto no existe. Antes del VAR no existía, después del VAR tampoco. Oficiar de árbitro es un acto cercano al masoquismo que cuesta comprender desde afuera, pero quienes ejercen este rol lo cumplen con una pasión que conmueve. Cuando un futbolista comete un error mayúsculo, cuando un futbolista pierde un penal o birla una ocasión manifiesta debajo del arco, nadie piensa que lo hizo a propósito. Lo van a insultar por deficiente, lerdo, poco preciso o simplemente por malo. Pero cuando un árbitro se equivoca, la reacción de la muchedumbre no va hacia la respuesta más obvia, que el tipo se equivocó. Nones. Va hacia su probidad, su honestidad, el papel que cumple en un juego más amplio, uno que busca dañar a un equipo o beneficiar a otro. Cuando un árbitro se equivoca no sólo se equivoca, es parte de un intrincado complot.
Roberto Tobar es, lejos, el mejor árbitro chileno. Lejos. Con distancia. El miércoles tuvo una magra jornada dirigiendo el duelo entre Universidad Católica y Wanderers en San Carlos de Apoquindo. Dirigió mal. Expulsó a dos jugadores del conjunto local. Una de esas decisiones, discutible, pero cabe dentro de la interpretación del reglamento (la de Lanaro). La otra, ni por las tapas. Doble amarilla para Fernando Zampedri por una supuesto manotazo a un rival al que roza levemente en la axila pero que se derrumba como su hubiera recibido un mazazo de esos que aturden.
¿Se equivocó Tobar? No pues. No sólo se equivocó. Es parte de una confabulación.
Varias veces hemos oído de parte de los protagonistas de este juego, los jugadores, que los torneos están arreglados. El argumento es, como no, el complot de los árbitros para favorecer a un equipo. Lo oímos en 1994, cuando Universidad de Chile salió campeón después de 25 años. Claro, pues Carlos Robles expulsó mal a Gorosito en un clásico universitario y después Salvador Imperatore cobró un dudoso penal contra Marcelo Salas en El Salvador, que Patricio Mardones cambió por gol y le dio el título a la U. El recuento olvida que Universidad Católica llegó a tener ocho puntos de ventaja en plena segunda rueda de ese certamen.
Julio Barroso, defensa de Colo Colo en aquel entonces, fue sancionado por varias fechas cuando dijo en plena rueda de prensa del estadio Monumental que el torneo chileno estaba arreglado. Barroso, el mismo que meses antes había sido campeón jugando por O’Higgins, en el primer y único campeonato que tienen los celestes, venciendo en la final a la UC.
Complot un año, pero el anterior no. Ese no.
Dicen muchos en la UC que hay un complot para bajarlos. Si esto fuera cierto, sería el complot peor organizado de la historia, pues los cruzados han remontado la diferencia con Colo Colo hasta dejarla en mínima expresión, han ganado todos los partidos con total y absoluta justicia desde que se fue Gustavo Poyet, llegan al duelo contra los albos con un Paulucci tomando cada vez mejores decisiones desde el banco y ganando, de palmo a palmo, los últimos tres torneos. Si hay un complot para bajar a la UC, lo están haciendo bastante mal porque los de la franja vienen como avión, jugando espléndidamente.
El discurso del complot siempre es muy atractivo en todo orden de cosas. Una coartada perfecta en caso de que los resultados no se den. Es posible que en más de alguna ocasión existieran reales confabulaciones intrincadas. Pero la mayoría de las veces la respuesta está más cerca de lo que pensamos. Así como un jugador pierde un penal porque le pegó mal, tomó una mala decisión o simplemente tuvo una noche mala, los árbitros cometen errores groseros como los de Tobar en San Carlos, donde se equivocó demasiado. Mucho para un árbitro de su categoría.