Mucho se ha pensado, discutido, escrito, sobre el proceso constitucional en el que estamos embarcados. La academia dispone de un objeto de estudio fascinante, con una riqueza de fuentes primarias y secundarias que se podrá desmenuzar probablemente por años.
Si bien el caso chileno tiene rasgos inéditos, hay también mucha literatura acumulada para guiarnos en cualquier aproximación y para evitar que caigamos en simplificaciones en un sentido o en otro. Es recomendable evitar dos tentaciones muy recurrentes al abordar los fenómenos sociales: considerar que “todo es una repetición” o que “todo es nuevo” cuando se dialoga con la historia.
La manera en que se ha ido conformando la convención constitucional es una clara expresión de estas tentaciones; es, de hecho, una de las tensiones que ha quedado al desnudo en estos días. En su comparación con otras instituciones representativas destaca la composición social, de género, la diversidad cultural de sus integrantes.
También se están dando pasos muy valiosos en participación incidente de la población y la incorporación de la mirada regional. Estos activos dan esperanza sobre una legitimidad renovada. Pero, como todo cuerpo colectivo en construcción, los convencionales buscarán establecer sus contornos mediante distanciamientos y acercamientos con otros referentes.
Lo más simple es recurrir a la experiencia bicentenaria de nuestro congreso nacional para organizar sus
normas y prácticas. Por imitación o ruptura. Así, vemos los tiempos de la historia condensarse en dos instituciones –Congreso y Convención Constitucional–, de naturaleza distinta, un poder constituido y otro constituyente, pero que conviven con las exigencias actuales de dar curso a transformaciones postergadas.
Una de ellas, central, dice relación con la probidad, la transparencia y la rendición de cuentas. Decía un concienzudo estudioso de la historia, Pierre Bourdieu, “si debemos conocer la historia, es menos para nutrirse de ella que para liberarse de ella, para evitar obedecerle sin saberlo o repetirla sin quererlo”.
Los convencionales han llegado a esa disyuntiva después de sortear exitosamente la etapa de instalación simbólica. La situación de Rojas Vade es sólo una de las pruebas que deberán sortear ahora que se inicia el funcionamiento “en régimen”, ahora que el escrutinio público será igualmente implacable
que con otras instituciones ante cualquier conflicto.
Vendrá el tiempo del pago de las asesorías, del cumplimiento de las normas autoimpuestas, de acoger y procesar adecuadamente las demandas de la participación territorial, eventualmente de las pugnas con el poder constituido. Es mucho peso sobre las espaldas de un cuerpo joven, que adolece de la fortaleza corporativa que dan los años de convivencia y precedentes.
Por tal razón es el mejor momento de reflejarse con humildad en la historia para intentar superar lo relevante y dejar caer lo secundario. Conocer la historia es precisamente poner las expectativas de la convención en línea con las capacidades propias, con las impaciencias públicas y con la responsabilidad de sostener las exigencias ciudadanas, nunca de rebajarlas. Queda mucho camino por delante, ninguna piedra puede hacernos perder el rumbo.