Cristián Paulucci llegó a la Universidad Católica como veedor, lo que en el mundo del fútbol se denomina ojeador, ese tipo de reconocido paladar que recomienda futbolistas desconocidos, que encuentra jugadores en sitios inesperados, ese que descubre agua bajo las piedras. Eso fue hace 10 años, mucho antes de reemplazar a Gustavo Poyet en la banca del equipo principal, mucho antes de acercarse a una corona en su primer año como entrenador oficial, mucho antes de ser conocido por la afición como “el Pelado-Termo”.
Paulucci fue manager en Huachipato. Bajo su administración el equipo acerero contrató a los venezolanos Yeferson Soteldo y Rómulo Otero. Ambos fueron contrataciones modestas para luego convertirse en transferencias suculentas.
Fue ayudante técnico de Luis Marcoleta en San Marcos de Arica, para después replicar ese rol en la Universidad Católica bajo las conducciones técnicas de Gustavo Quinteros, Ariel Holan y Gustavo Poyet. Los cruzados cambiaban de entrenador, pero no de asistente. Por eso cuando el directorio determinó cesar al uruguayo tras su mal desempeño en la cancha y sostener una tensa relación con los jugadores, pensar en Paulucci fue casi obvio. Nadie conocía mejor al grupo que este espigado ayudante, histriónico, exagerado, que gritaba los goles como si fueran un título mundial. Nadie mejor que el Pelado-Termo para la emergencia.
Con Paulucci el equipo salió virado desde el primer partido. Le sacó toda la presión que arrastraba la escuadra con el nefasto período de Poyet. Asumió mientras la dirigencia cruzada comenzaba a buscar un entrenador titular. Paulucci tomó el plantel en el quinto puesto y ganó todos los partidos hasta la última fecha, con la excepción del duelo contra Colo Colo que los albos ganaron sobre la hora, sacándole cinco puntos de ventaja a poco del final. Parecía irremontable. Pero los cruzados triunfaron de ahí en adelante, aprovechando las caídas del Cacique y su azote por el covid.
Reducir el aporte de Paulucci sólo a un factor anímico es injusto, estrecho. El Pelado-Termo le cambió la mentalidad al equipo. Le otorgó confianza a los jugadores, a titulares y suplentes, algo que nunca es sencillo. Pero también aportó desde lo táctico. Fuenzalida pasó a jugar de lateral derecho, como quería hace rato. Le encontró un lugar en la cancha a Marcelino Núñez, siempre con la cancha de frente. Potenció a Diego Valencia, quien ya no era sólo el comodín que jugaba en cualquier puesto. Ahora es el chileno con más goles en el certamen. Sobre el final recuperó a Clemente Montes, de los mejores proyectos de la cantera cruzada. Cuando tuvo que cambiar el diseño, lo hizo. Contra Wanderers, jugando con dos menos, armó una línea de cinco y cuatro adelante, a puro overol. Cuando necesitó atacar no siempre puso delanteros, sino que poblaba la mitad para aumentar el volumen de ataque. Encontró una defensa y un arquero que empezó a ganar partidos. El aporte del argentino se sostiene por sí solo, sin necesidad de una vuelta olímpica.
La Universidad Católica está cerca de conseguir su cuarta corona en fila. La estadística dirá que los técnicos campeones serían Poyet y Paulucci. Pero sabemos que la historia es otra: El Pelado-Termo puede ser campeón, pese a Poyet.