La imagen es desgarradora: decenas de niños tumbados sobre las camas, agitando juguetes o con la mirada perdida en sus cuidadoras. Son los huérfanos ucranianos de Kovel, ahora refugiados en un antiguo edificio de la ciudad polaca de Lodz, que aún creen que su huida de la guerra de Ucrania “forma parte de un juego”.
Salieron del orfanato ucraniano junto a tres cuidadoras y con los ojos vendados para “jugar” en la vida real a una versión del escondite que habían estado “practicando durante un par de días”. Halina Jowic, su directora, explicó a sus 35 niños que, si escuchaban las sirenas, tenían que ser rápidos y esconderse en el sótano, pero el objetivo final era llegar corriendo al autobús para que pudiesen ponerse en marcha lo antes posible.
¿El premio? “Que nos vamos de vacaciones a Polonia”, asegura que les dijo. Aunque, admite, el viaje de huida fue "muy duro” y se hizo todo lo posible para que los pequeños no se dieran cuenta de la situación real.
El objetivo final del viaje, en realidad, era ponerlos a salvo fuera del territorio ucraniano porque las fuerzas de Vladimir Putin estaban intensificando los bombardeos. El viaje duró en total casi ocho horas, pero al llegar a la frontera, tuvieron que cruzar a pie hacia Polonia y lo hicieron con otro grupo de huérfanos que también habían huido de otro centro.
En total, 94 menores de entre 3 y 16 años fueron recogidos por autobuses enviados a la frontera por la Fundación Happy Kids, que ha ayudado a evacuar a miles de niños ucranianos y sigue tratando de sacar a menores que se encuentran en otros orfanatos repartidos por todo el país. Ucrania tiene más de 150.000 niños en hogares de acogida.
Este grupo ha encontrado refugio en un edificio en Lodz, que había albergado antes una institución de acogida de menores polacos y estaba prácticamente vacío. Ahora, además de los niños, hay un grupo de voluntarios montando mobiliario, dos cocineras, y varias educadoras intentando que este edificio sea lo más parecido a un hogar. “Nos gustaría volver pronto a Ucrania, pero no sé”, duda Jowic.
La veinteañera Irina Chosik, una de las cuidadoras, no se separa de los niños más pequeños del grupo y tampoco logra frenar las lágrimas. “Solo queremos volver a Ucrania, esto está siendo una pesadilla, aunque los polacos nos han dado todo (…) no se me olvida cómo ese día empezaron a lanzarse bombas y escucharse disparos, cuando la guerra empezó”, dice.
Los niños de Kovel comparten espacio también con niños con discapacidad y necesidades especiales, que se alojan en la segunda planta del edificio, pero en estas circunstancias es difícil ofrecer una atención especial a cada uno de los grupos, y los orfanatos ucranianos tampoco han podido traerse a todo el personal desde Ucrania.
Jowic solo tiene una petición para la comunidad internacional y sobre todo para Europa: “Necesitamos una zona de exclusión aérea para que los niños puedan salir de Ucrania, hay que parar los bombardeos para sacar a niños y mujeres”, insta, mientras recuerda que las fuerzas rusas no distinguen en sus ataques entre civiles y objetivos militares.
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