Los llamados “ambientes alimentarios” son determinantes sociales que pueden generar desigualdades en salud al afectar de manera directa los estilos de vida de las personas y comunidades.
La relación que tenemos con nuestra alimentación no sólo está influenciada por nuestras decisiones personales, sino también por el contexto cultural, social, político y económico en el que nos desarrollamos. Estos espacios poseen una fuerte relación con aquellos determinantes que conforman las estructuras macrosociales, tales como género, etnia y clase, los cuales afectan de manera importante los ambientes sociales domésticos, considerados uno de los más complejos de abordar.
En este contexto, la interseccionalidad es una perspectiva que permite realizar dicho análisis. Este término surge desde el pensamiento feminista y comprende, desde una mirada crítica, las interrelaciones de las distintas identidades sociales que constituyen las bases de las desigualdades en salud. Evidencia, desde relaciones de poder y de opresión, fenómenos de construcción interrelacional entre estos determinantes.
Así, los ambientes alimentarios domésticos se constituyen como el principal espacio social a nivel primario en que se reproducen las tradiciones sobre la preparación y uso de los alimentos ¿Por qué se comprende como un espacio necesario de abordar? Pues bien, la vida familiar y laboral han sufrido modificaciones a lo largo de la historia, principalmente debido a los cambios en los roles de género que afectan a las mujeres y, por lo tanto, al uso de alimentos en espacios íntimos.
Un análisis crítico interseccional nos permite comprender que los roles de género impuestos en los espacios familiares, la clase asociada a contextos de pobreza y bajo estatus social, además de la etnia relacionada con los saberes y tradiciones culinarias, afectan de manera importante estos ambientes alimentarios.
Por ello, la intersección de estos determinantes perpetúa las inequidades en la salud familiar, ya que los cambios histórico-sociales que han llevado a las mujeres al mundo asalariado han significado una pérdida de los saberes culinarios, debido a las extensas jornadas laborales y a la escasa participación de los hombres en la preparación de comidas. Esto provoca mayor externalización en la ingesta de preparaciones de consumo diario y un aumento en el uso de alimentos ultraprocesados, lo que ocasiona, finalmente, una malnutrición en todo el componente familiar.
En tales circunstancias, las mujeres son percibidas como las causantes de los cambios en la alimentación familiar debido a su salida del hogar. Esto devela inequidades debido al proceso de desestabilización de los roles establecidos por el modelo hegemónico, lo cual afecta el reparto de responsabilidades en relación con la preparación de los alimentos y la sostenibilidad familiar.
De esta manera, lo anterior se relaciona directamente con la precarización de los roles femeninos asociados al deber de cuidar, por supuesto, acciones totalmente invisibilizadas, poco valoradas, la mayoría no remuneradas y que, lamentablemente, no han logrado ser redistribuidas en la estructura social.
Pues bien, ¿A qué debemos apuntar? Debemos apuntar a entender la co- construcción entre roles de género, clase y etnia, asociados a la preparación de alimentos, a visibilizar aquellas mujeres que realizan trabajos no remunerados y que cocinan para sus familias, a eliminar sus dobles y triples jornada laborales, desestructurando los roles y aumentando la participación de la familia en la elaboración de alimentos.
La eliminación de estas inequidades es fundamental para que existan comunidades más saludables, comprendiendo que una mala alimentación no sólo depende de las decisiones personales, sino también, de aquellas estructuras macrosociales que terminan reproduciendo este tipo de injusticias.