Una frase que se suele decir en las aulas donde se enseña el periodismo, es la del viejo co-dueño del Washington Post, Philip L. Graham, quien dijo que “el periodismo es el primer borrador de la historia”. La frase tiene mucho sentido. Tan así, que lo que se ha publicado y transmitido en los meses previos a este instante va a servir para construir la historia de muchas instituciones, eventos, personas y países el día de mañana. Y, cómo no, va a ser material para construir la historia de la Convención Constituyente, con sus agentes, discusiones, contenidos y sentido, sus horizontes, su origen y su futuro.
Ahora bien, dado que vivimos en el hoy y no en 30 años más, y considerando que somos personas habitando el presente y no un/a profesional de la historia en 2050 visitando al archivo para escudriñar el pasado, pregúntese usted qué ha leído, visto y escuchado en los medios de comunicación del país sobre el proceso y trabajo de la Convención Constituyente. Luego, le invito a que reflexione si lo que ha escuchado se ha referido más al fondo de los contenidos o a la forma en que se ha llevado a cabo el proceso. Tómese su tiempo antes de seguir leyendo.
Como creo que sí se ha tomado el tiempo, prosigo.
Si nos remitimos a la última semana, previa a la publicación de esta columna, la abrumadora cobertura de la prensa se ha centrado en la invitación de la mesa de la convención a la expresidenta y a los ex-presidentes de la República, para que asistan al acto donde se entregará la propuesta final del texto constitucional que será votado el 4 de septiembre. La cobertura sobre este hecho ha sido permanente y, dicho en jerga periodística, ha copado la agenda - como si las cosas del periodismo sucedieran naturalmente y no por la acción de quien quiere que ese tema se destaque en la agenda. La ha copado mucho más que el proceso de armonización de la Constitución, que es el trabajo donde se ha estado decidiendo cómo va a quedar escrito el texto que se va a votar, y que es - nada más y nada menos - el marco normativo donde habitaremos como país por las próximas décadas si es que la opción Apruebo vence el 4/9.
Cuando tal desbalance entre forma y fondo se produce en el contexto de la redacción de una Constitución de la República (cuyos últimos párrafos están viendo la luz al calor de distintas discusiones) que es, además, la primera en toda la historia de Chile que se realiza de manera democrática, participativa y abierta a la ciudadanía, llama la atención que todos los días, y en cada reporte noticioso, el foco esté en la forma. Y seguramente usted que lee esto podrá acordarse de otros asuntos más de forma que de fondo, en todos estos meses. Como las frases de una convencional proclive a insultar y poco amiga de los protocolos sanitarios, la performance de otra convencional que llega vestida como dibujo animado al ex Congreso Nacional, o un miembro de la Constituyente que salió más mentiroso que Pedro Urdemales. Ahora, frente a este conocimiento de la Tere, la Tía Pikachú y el “Pelao” Vade, ¿cuánto realmente sabemos del contenido de la Constitución gracias a los medios? En mi caso, muy poco.
Aburrido de tanto énfasis en la forma, hace algunos días me harté de que en la radio que siempre escuchaba, medio de alcance nacional y perteneciente a un holding internacional, no me enterara de nada de lo que discutía la constituyente, pero sí conociera lo que decía la encuesta Cadem - a esta altura una inobjetable verdad de lo que pasa, para dicho medio. Y, luego, lo que opinaban ciertos políticos de la plaza sobre esta verdad, todo matizado con el “pulso de la calle”: cuñas de personas respondiendo cuestiones de forma en el marco de la realidad construida por la encuesta-verdad. Esto, semana tras semana, entre publicidades de aseguradoras de fondos de pensiones, mineras, forestales y empresas sanitarias. Por lo mismo, decidí cambiarme de radio. Ahí pude recién enterarme un poco más sobre qué se discute en la constituyente, lo que está en juego, las distintas posturas frente a diversos temas, el origen de las medidas, las posibles consecuencias y cómo se distancia la nueva carta magna de lo planteado por la Constitución de 1980. Todo esto igualmente con toques ligados a la forma y el escándalo, pero en un porcentaje menor.
¿Ahora, por qué ocurre esto? La respuesta breve es que éste, y no otro, es el escenario mediático que tenemos hoy en Chile. La respuesta menos breve apunta a cinco razones. La primera es una puramente ideológica: los medios de comunicación predominantes en Chile tienen dueños con agendas muy claras, por ejemplo, Andrónico Luksic en Canal 13 y los Edwards en la cadena nacional de periódicos y radios de El Mercurio, incluyendo La Segunda, Las Ultimas Noticias y Emol, con una afinidad política y económica anclada a la herencia de la dictadura de 1980. Una segunda razón es porque otros medios, aunque no son propiedad de grandes empresas con un lineamiento ideológico claro, sí tienen la influencia de sus principales auspiciadores, como mineras o sanitarias, que tienen una marcada postura respecto a los potenciales cambios que les genere una Constitución distinta a la elaborada en dictadura. Una tercera razón es por una forma de hacer periodismo construida a partir de lo espectacular, del escándalo, de la pelea, del permanente "breaking news" para capturar clicks y tiempo de atención en la pantalla - alimentando de paso trending topics en Twitter y chats de WhatsApp - antes que de ir al fondo de lo que se está discutiendo. Una cuarta razón es la pobreza de los medios de comunicación que tampoco cuentan con el staff necesario para desarrollar un trabajo de mayor profundidad respecto a los contenidos. Y una quinta es que los medios, más allá de lo que hizo esperar el llamado "estallido social", hablan desde una élite paternalista que ha endiosado de manera acrítica las encuestas, que sigue acudiendo a las mismas fuentes de siempre, y que no contempla a la ciudadanía en la elaboración y participación de sus contenidos, salvo para mensajes de audio en base a preguntas maniqueas o capturas de redes sociales – lo que el comunicólogo uruguayo Mario Kaplún llamaría “una caricatura de la participación”.
Frente a esta cultura medial constreñida por razones económicas, ideológicas y culturales, uno puede responder aquí y ahora la pregunta sobre cómo los principales medios de comunicación del país han navegado su tarea de informar sobre la Convención Constituyente. Haga el ejercicio. Tras meses de cobertura, pregúntese, por ejemplo: ¿cuáles son los principales puntos de la nueva Constitución?, ¿cómo se llegó a esos puntos y qué posturas se enfrentaron para decantar en el texto final que será votado? Las y los investigadores del futuro harán esa tarea. La harán cuando, registrando los archivos en línea o la biblioteca de su ciudad, quieran conocer qué, cómo, cuánto, y por qué se discutía lo que se discutía al interior de la Constituyente. Allí, frente a lo escrito, publicado y transmitido, accederán “al primer borrador de la historia”, y tendrán una percepción del tiempo que vivimos. Estimo que será una percepción donde el fondo del asunto estará bien atrás, tanto que casi no se verá, tanto que habrá que aprender a escudriñarlo, como esos documentos secretos de la CIA que cuando se liberan están prácticamente tachados de renglones negros, haciendo evidente que la intención de desclasificar información es justamente esconder el fondo de la historia. Y sí, en el Chile de 2022 el renglón negro tiene otras formas y colores, pero sigue siendo una mancha que tacha y oscurece. Es el curioso ejercicio del periodismo mainstream en Chile, donde periódicamente y en múltiples formatos la forma nubla el fondo.