El ciclo del agua ha estado activo desde hace más de 3.800 millones de años. Es el motor de la vida en la tierra, puesto que el agua es uno de los recursos que condiciona la economía en los territorios, aunque su circularidad y disponibilidad depende del clima planetario.
El equilibrio del ciclo del agua se ve amenazado por el cambio climático debido a la actividad humana en el planeta. La población mundial al 2022 es de 7.9 billones de personas y su proyección al 2050 será cerca de 10 billones (cifras extraídas de las perspectivas de la población mundial publicada por las Naciones Unidas). La huella que ejerce cada persona en la tierra para vivir, respecto a los recursos naturales, unido al modelo económico que tienen los países y las condiciones actuales del cambio climático, se traducen en una fuerte presión sobre la disponibilidad del agua y la mantención de su ciclo.
El ciclo del agua tiene un viaje circular, donde participa el sol transformando el agua en un proceso cíclico complejo a escala planetaria. Las propiedades del agua permiten que fluya por todos los compartimientos de la tierra; océanos, ríos, lagos, montañas, casquetes polares, suelos, entre otros. La interacción entre la energía del sol y el agua hace que esta última cambie sus estados desde líquido, gaseoso y sólido, considerando cinco etapas fundamentales: evaporación, transpiración, condensación, precipitación y escorrentía. Todo lo antes descrito es de amplio conocimiento, sencillo de entender, pero las acciones antrópicas no han sabido cuidar con la dedicación adecuada este ciclo tan valioso para mantener el agua en el territorio que se está habitando. Como consecuencia de la ruptura de este ciclo, se empiezan a ver, conflictos sociales y ambientales debido a la pérdida de los servicios ecosistémicos de varias cuencas hidrográficas a lo largo del país.
Es ampliamente conocido que el metabolismo de las plantas permite la evotranspiración del agua, generando un contacto íntimo entre el suelo desde donde la planta toma el agua. En tanto, desde la atmósfera, el agua llega en forma de gas y se mueve a otros lugares del territorio. Por su parte, también es conocido que los suelos con vegetación y/o plantas de alta biodiversidad pueden tener una mayor captura de agua lluvia y movilizarla desde la superficie a zonas subterráneas de almacenamiento del agua, disminuyendo así la escorrentía de agua lluvia que va a parar rápidamente a las fuentes de aguas superficiales cercanas. Entender estos simples principios, nos hace comprender más fácilmente el impacto negativo que pueden generan grandes extensiones de territorio forestal plantado bajo el concepto de monocultivo.
Investigadores de la Universidad de Concepción han publicado estudios con series de datos entre 1986 y 2011 que muestran, como evidencia científica, que existe un estrecho vínculo entre la diversidad funcional de bosques nativo y monocultivo de pino y/o eucalipto del centro-sur de Chile y el servicio ecosistémico de regulación del flujo de agua. Este vínculo se evaluó a lo largo del tiempo y espacio en dos paisajes contrastantes del centro-sur de Chile, con diferentes legados de cambio de uso / cobertura del suelo. Los resultados muestran una estrecha relación entre la biodiversidad de los ecosistemas forestales y la regulación del flujo de agua; más aún se encontró que, si los bosques son más biodiversos (ej. bosques nativos), se asocia espacialmente a mayores tasas de provisión de flujo de aguas. Estos estudios corroboran con evidencia científica porque pequeñas cuencas del centro- sur de Chile empiezan a secarse teniendo como denominador común plantaciones forestales de tipo monocultivos.