Para nadie es un misterio que nuestro país y el mundo ha cambiado. Han ocurrido fenómenos locales como el estallido social del 2019 y un proceso constituyente en marcha, pero también se han multiplicado fenómenos mundiales como la pandemia o la catástrofe climática que han cambiado las necesidades que las sociedades buscan resolver en sus espacios académicos.
Si en las postrimerías del siglo XX las urgencias eran la cobertura de educación superior y la movilidad social, hoy son los espacios de participación, la sequía y la virtualización algunas de las principales preocupaciones que mueven a las sociedades.
Las universidades estatales y públicas como nuestra Universidad de Santiago deben estar preparadas para los desafíos que se nos avecinan, considerando que como casa de estudio que hemos sido parte de la historia de nuestro país debemos estar disponibles para asumir un rol protagónico. Desde nuestra vocación docente debemos mantener actualizada nuestra oferta de carreras para articularnos con los nuevos espacios laborales que la digitalización abre, como también proponer nuevas áreas de investigación y desarrollo que nos entreguen conocimientos necesarios para enfrentar mejor los desafíos que enfrenta nuestro País y la Región.
Asimismo, la tan vinculación con el medio debe implicar más que nunca las instancias de retroalimentación universidad – sociedad. No es una tarea sencilla, pero podemos lograr tener comunidades comprometidas e incidentes en la sociedad del siglo veintiuno. No debemos equivocarnos, pues creer en una nueva sociedad no implica subvalorar ni menos menospreciar todos los avances que como sociedad hemos logrado.
Desde el año 90 con la recuperación de la democracia, las universidades estatales han logrado consolidarse como opciones valoradas por las familias, ubicándose dentro de las primeras en los diferentes rankings a pesar de la fuerte arremetida del sistema privado. A pesar de esta irrupción de las instituciones privadas, las universidades estatales se mantienen dentro de las mejores, en especial la USACH debido a su condición pluralista, laica y centrada en el desarrollo del país.
Debemos potenciar esas características diferenciadoras en el medio social, pero para ello es necesario fomentar comunidades unidas, tolerantes y que potencia el talento de todas y todos. Desde mi opinión, es importante mantener y potenciar los éxitos que nuestra universidad ha logrado en la última década, éxitos que son producto del trabajo de todas y todos y por supuesto, también de las autoridades vigentes.
No creo que minimizar esos logros sea adecuado ni justo para mirar el futuro, sino más bien es necesario potenciar ese desarrollo y solucionar con firmeza los problemas que trae consigo la falta de alternancia, especialmente las divisiones internas y la sensación de desamparo que sectores de la comunidad universitaria pueden sentir.
El nuevo liderazgo universitario que proponemos implica avanzar desde la lógica de la participación e inclusión por sobre los favoritismos o clientelismo y el diálogo por sobre la confrontación o el sectarismo. Nuestra universidad puede y debe adaptarse a los nuevos desafíos que Chile tiene por delante. No nos basta la historia y la tradición, debemos trabajar duro para encarnar las respuestas que las nuevas generaciones seguirán buscando en sus universidades.
Transparencia, participación y colaboración, siempre centrándonos en las personas es lo que proponemos pues de esa manera contribuiremos a las sinergias que el país necesitará para planear sus próximas décadas con mayor desarrollo y mejor democracia.