¿Cómo superar un trauma colectivo? ¿Cómo este ataca los fundamentos más subjetivos del orden, la estabilidad y la continuidad? “En thérapie” (Arté, 2021) plantea este problema. Es otra adaptación de “Be Tipul” (Hot 3, 2005-2008), después de la versión estadounidense (In Treatment, HBO, 2008-2011), la versión japonesa o la argentina, etc. Su particularidad reside en el trauma que aborda: los atentados del Bataclan, en París en 2015.
En 35 episodios de entre 22 y 25 minutos, esta serie muestra las 7 semanas que siguen a los atentados de 2015 –hasta el 8 de enero de 2016–. Construye el proceso en 28 consultas (siete por cada uno de los cinco pacientes) y 7 sesiones del psicólogo, el Dr. Dayan, con su controladora.
Al igual que las otras versiones, el dispositivo es sencillo: una habitación, dos actores frente a frente, capítulos a puertas cerradas y, crucial, ninguna escena retrospectiva. Todo parece recaer sobre los diálogos, la escritura, el virtuoso elenco (Frédéric Pierrot, Mélanie Thierry y Reda Kateb, entre otros) y los juegos de cámara, específicamente el campo/contra-campo aun cuando la cámara se autorice contextualizaciones con planos medianos. La alternancia de la cámara entre planos en picado y contrapicado son muy sutiles para introducir los intercambios de mirada y las relaciones de dominación y resistencias en las interacciones entre el profesional y sus pacientes, así como entre estos pacientes, cuando se trata de sesiones colectivas.
Se rutiniza el ritmo de la serie según la cadena de consultas (de lunes a viernes) de cada paciente con su horario atribuido (aunque a veces pidan adelantar, postergar o no se presenten, lo que modifica el guion de los episodios). La duración de cada capítulo/sesión se sincroniza con la necesidad del paciente, no del reloj, lo que permite abordar los problemas y traumas desde la experiencia y evitar, en buena medida, las opiniones. La relación memorial –a nivel individual y social– con los eventos traumáticos se juega más bien a través de los cuerpos, de las expresiones de la cara más que por las palabras mismas.
Como es de esperar, la narración es muy lenta y dilata tiempos que se escanden de manera distinta entre las narraciones individuales, los silencios y los diálogos sostenidos. La serie se enfoca en esta pausa que da tiempo a los personajes para extenderse en descripciones, confesiones, incomprensiones, rabias, alegrías e iras, con direcciones múltiples e imprevisibles. Incluso para el analista, quien también muestra fallas como profesional, las sesiones son un intervalo entre otras temporalidades, dentro de una estética realista que se forja sobre las trayectorias individuales que buscan dignidad –con ayuda psicológica– en el cruce entre el trauma y los problemas que le son propios (clásicos: la pareja, la relación al padre, a la madre, etc.). Por el contrario, las tentativas para construir un espacio compartido fuera de la consulta fracasan en las dos oportunidades en las que el relato las propone. Más que una intrusión de la cámara o una mirada por el ojo de la cerradura, la cámara construye un tiempo común entre los personajes y los telespectadores, pero un tiempo que sigue suspendido porque está sujeto al dispositivo de consulta psicoanalítico. Ante el caos del evento traumático y del mundo en que vivimos en general, no existe tiempo común.
Con las propiedades propia de la ficción, la terapia condensa un proceso encadenado de manera hiperracional, un tiempo del saber con su horizonte presentado como progreso, aunque en varios casos no queda claro si el proceso tiene éxito y en otros claramente fracasa. Esta racionalidad propia de la ficción exagera cierta hipersensibilidad de los pacientes a cada gesto o palabra del analista. Administra la repetición y sucesión de las consultas para construir este tiempo de la ciencia contra la ignorancia y de manera implícita la barbarie de los atentados. Pero una vez fuera de la consulta, el caos tanto social como personal pareciera retomar sus derechos.
Al mostrar el trauma y los intentos para superarlo, se propone un discurso que incentiva a no plegarse a los ritmos del trabajo, del mercado y del consumo, debido a la necesidad de tomar tiempo para reconstruirse, para procesar y para salir del estado de guerra con su tiempo acelerado y a la vez suspendido. En este relato, la crisis ya no es la patología propia del funcionamiento regular del orden social y político (orden de gestión natural del tiempo bajo de la amenaza de lo imprevisto y la impericia) sino un hito donde todo puede cambiar.
Hacia el final de la temporada, este cambio se introduce a través de la ampliación del espacio de la diégesis fuera de las oficinas de consulta. Primero, en la calle delante de la consulta y poco a poco más espacios: muelles plazas, salón funerario, casa de pacientes y finalmente los monumentos espontáneos de conmemoración, coloreados y con fotos de los desaparecidos.
La memoria no es patrimonio en esta serie, vacila entre procesos personales y memoria protésica (concepto propuesto por Alison Landberg para analizar el trabajo memorial de las tecnologías mediáticas). Siguiendo esta propuesta conceptual, en “En Thérapie”, ni todos los personajes ni todos los telespectadores sufrieron necesariamente este trágico evento en carne propia ni tampoco fueron testigos directos de los atentados. El trauma se experimentó socialmente y la serie muestra distintas maneras de responder, incluso de mala gana. Así la serie trabaja finalmente una idea de experiencia (de los personajes y telespectadores, insisto) alterada por los medios.
Arté anunció la salida de la segunda temporada a finales de marzo. Este nuevo opus genera cierta espera, aun cuando debería abordar otro momento social e individualmente difícil, la primera cuarentena en plena pandemia de COVID-19, cinco años después de los atentados del Bataclan.