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Columna de opinión: No somos ellos

La periodista, conductora de Radio Usach y estudiante del Magister en Ciencias de la Comunicación USACH, Lucía López, analiza las nociones de representación de H.F. Pitkin tras las candidaturas de Karina Oliva y Claudio Orrego; su funcionalidad en la discusión que se da en redes sociales y los riesgos asociados a la política de la identidad en la era populista de P. Gerbaudo.

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  • Lunes 7 de junio de 2021 - 10:28

A una semana de la segunda vuelta para la elección del cargo de gobernador o gobernadora regional, la contienda por el sillón de la Región Metropolitana se ha tomado los medios de comunicación y las redes sociales, especialmente twitter, espacio en disputa en la generación de opinión pública e información mediática. Lo más importante, red que logra movilizar según el sociólogo y director del Centre for Digital Culture del King’s College London, Paolo Gerbaudo, en su libro Tweets & the Streets (2012).

El debate en la tuitosfera entre adherentes de Karina Oliva y Claudio Orrego se ha caracterizado por los cuestionamientos a la falta de un programa sólido y conocimientos del cargo por parte de ella. En el caso de él, a su militancia en el partido Demócrata Cristiano y a representar a “los mismos de siempre”; es decir, a quienes formaron parte de la Concertación, el conglomerado político que gobernó buena parte de los años post dictadura. Es en este punto -la representación- donde me parece importante ahondar.

En su obra The Concept of Representation (1967), la teórica americana de origen alemán, Hannah F. Pitkin, aportó a la definición de diversas nociones que se pueden configurar tras la idea de representar. De ella derivan los conceptos de representación descriptiva, sustantiva y simbólica que marcan pauta hasta el día de hoy -en especial la primera, en los estudios feministas sobre participación política de las mujeres-. Descriptiva es aquella que permite a un grupo verse reflejado, en número y características, en quienes acceden a los cargos. Sustantiva es la que se ocupa de introducir prioridades en la agenda, “actuar en interés de los representados”. La tercera es la capacidad de los símbolos usados por quien los esgrime para referir, sugerir y evocar sentimientos; descansando sobre aspectos emocionales y vinculada a la política de la identidad. Como resume el filósofo francés, Jacques Ranciere, al hablar de la protesta social: ¿Pertenecemos o no a tal categoría?, en el caso de quienes cuestionan al candidato Orrego, la categoría puede describirse como aquella coalición de partidos interpelada en el lema “no son 30 pesos, son 30 años” que emerge en las protestas iniciadas en octubre del 2019 y que derivaron en el actual proceso constituyente que vive el país.

En el programa Estadio Nacional de TVN del pasado 23 de mayo, la presidenta del partido Convergencia Social, Alondra Arellano, dijo en un momento “vimos como fracasó el proyecto de la Concertación (…)”. Considerando que el grupo gobernó por 20 años y logró reducir la pobreza de un 45% (1987) a 22% (1998), superándola el 2009 con un 15,1%, podría haber argumentos para poner entre comillas la calificación de proyecto fracasado. Hago el punto solo para profundizar en la posibilidad de construir sentidos colectivos; sobre todo a la luz de recientes resultados electorales que arrojan cierto consenso sobre la visión que hay del conglomerado en la opinión pública.

Según la académica UC, investigadora del MIDAP y directora del Centro CUIDA, Pía Santelices, es posible manipular pensamientos con el discurso, ya que “pensamos inevitablemente con palabras y los discursos van moldeando nuestros pensamientos que, repetidos, pasan a ser ‘reales’. Los recuerdos no son fijos, se recrean cada vez que los evocamos” y esto puede suceder con personas, grupos y sociedades. La columnista e investigadora Claudia Loring publicó en La Vanguardia un interesante artículo en el que resume varios experimentos realizados en esta materia.

El uso de slogans o ideas que asocian a la mayoría de los partidos que formaron parte de esa coalición, por ejemplo, a supuestas características “neoliberales”, ha servido para generar una identidad popular que hoy permitiría que el simple hecho de militar en uno de esos partidos o haber trabajado para esos gobiernos sería razón para no ser elegido porque no representarías el cambio de ciclo político que vive Chile. Por el contrario, el “no somos ellos” sería un valor en sí mismo para cualquier candidatura que represente esa identidad popular.

Para Gerbaudo, precisamente es esta nueva era populista la que marca el fin del período neoliberal -surge en respuesta a ella- y es “la cultura digital popular, un recurso clave para los movimientos sociales emancipadores”. En ese contexto, las redes sociales son una forma de reapropiación del espacio público y es ahí desde donde es posible movilizar, sobre todo en contexto de voto voluntario, con liderazgos poco visibles que otorgan una aparente igualdad en lo que él denomina la coreografía de la asamblea, como metáfora de un espacio de protesta que no es espontánea como piensan otros autores. El encuentro de ambas vertientes -los populismos y el uso de las redes sociales como herramienta de cohesión y movilización política- juega a favor de los simbolismos enarbolados por la candidata Oliva, bien recibidos por una parte de la población que se reconoce “pueblo” -lo que podría remontarnos al voto de clase en su vertiente ideológica más que economicista- y que hoy rechaza todo lo que represente a esos partidos que gobernaron los 30 años post dictadura y que para su sentir, no mejoraron sino que colaboraron a empeorar su condición vital.

Para el autor de Tweets & the streets, The mask and the flag (2017) y The digital party (2018), el momento actual es una oportunidad para los populismos de izquierda de rehabitar la idea de soberanía popular y no dejar que prevalezca el populismo de derecha. Sin embargo, los populismos no están exentos de riesgos. El nuevo racismo de Ranciere levanta la alerta sobre la capacidad de la política de regular “la identificación de la figura del otro al objeto de odio”. Por otra parte, la vertiente simbólica de la representación podría considerar gobernar sólo para los representados y no para todos; es objeto de análisis la capacidad de los partidos para identificarse con las identidades regionales en España, en desmedro del bien común mayor. Finalmente, la incapacidad de transformar la representación simbólica en sustantiva, generando un mayor desencanto político. En el contexto de la crisis social, económica e institucional que vive Chile, como dijo la sicóloga e investigadora de IDEA USACH, Kathya Araujo, en entrevista con la radio de la misma casa de estudios, “no podemos desilusionar a la ciudadanía, más”.

 

Lucía López

Comunicadora Pública

Estudiante Mag Cs de la Comunicación USACH

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