Las últimas participaciones de equipos chilenos en torneos internacionales, con la excepción de la semifinal de Coquimbo en La Sudamericana, apenas registra un par de clasificaciones a rondas de octavos o cuartos de final, con mucha suerte. La vara, el techo, ha bajado considerablemente si comparamos con décadas pasadas donde si bien se peleaba pocas veces por el título, los elencos chilenos entraban en la discusión.
Hoy la vara parece ser competir, que en otras palabras es perder por poco o pelear el partido. Pero perder igual ¿En qué momento nos conformamos con eso?
Hay que ser claros, el palmarés chileno en Copa Libertadores es de los más escasos del continente. Un solo título desde 1960. Cinco finales perdidas. Seis instancias decisivas en más de 60 años es poco, muy poco. Por lo mismo sería ambicioso, casi inocente, exigir que los equipos peleen por el certamen. Pero conformarse con sólo competir, es estrecho.
Los 90 fueron una década rocambolesca en el país y en el fútbol chileno. La nación regresaba a la democracia y trataba de ponerse de pie, con las exageraciones propias de quien ha vivido mucho tiempo encerrado. Nos pasamos tres pueblos y más. Jaguares de América, Fasat Alpha, iceberg de Sevilla son muestras excéntricas de aquello. El fútbol marchaba por el mismo derrotero. Muchos somos nostálgicos de esas campañas. Colo Colo es campeón de América en el 91, la UC juega la final el 93, Unión Española llega a cuartos de final el 94, la U roza semifinales en el 96, Colo Colo otra vez entre los cuatro mejores las temporadas 97 y 98. Grandes resultados. Figuras descollantes en cancha. Pero el fútbol chileno quebró desde sus cimientos.
En esta edición de la Copa Libertadores Colo Colo parece ser competitivo, con reales chances de clasificar a la siguiente fase. Hasta ahora no depende de la calculadora sino de sus propios argumentos. Ha jugado buenos partidos. Ganó en Brasil, perdió con River Plate. Compite. Para llegar a esto requirió de un par de años. Desde que peleó el descenso, el Cacique tomó algunas buenas decisiones.
Calmó las aguas con la presidencia de Edmundo Valladares, poniendo puntos suspensivos a la guerrilla que vivían los máximos accionistas del club, Mosa y Vial. Encontró en Daniel Morón un director deportivo de perfil bajo y futbolero. Mantuvo a Gustavo Quinteros, quien supo sacarle rendimiento a jugadores jóvenes y eligió bien a casi todos los refuerzos, con excepción de la aún inexplicable contratación del venezolano Santos. Para esto, para competir, tardó más de dos temporadas de no borrar con el codo lo escrito con la mano.
Universidad Católica la tiene más difícil para acceder a la siguiente fase de la Libertadores. Si no consigue el pase, debería asegurar su clasificación a Sudamericana, donde con la llegada de Holan debería ser un equipo más competitivo.
La UC esta vez no le apuntó a los refuerzos y varios jugadores bajaron su rendimiento. Su gran contratación es, precisamente el técnico. La Calera ha sorprendido con buenos resultados en esta Copa, victoria en Argentina incluida.
Ojalá la curva no se detenga. Porque para hacer algo más que competir se requiere no sólo buenos entrenadores y jugadores, sino tiempo, paciencia y convicción. Y eso no se transa en la Bolsa de Valores.