A la fecha, Eduardo Berizzo ha dirigido seis partidos en la selección chilena. Dos empates y cuatro derrotas. Dos goles a favor, nueve en contra. Aún no gana. Si el análisis fuera solamente estadístico, el balance sería malo. Preocupante. Pero la perspectiva debe incluir algo más que lo netamente numérico.
Berizzo no es culpable de la falta de alternativas para suplir a la generación dorada. La estrechez de la oferta corresponde a un proceso de años de inacción donde los clubes y la competencia local que han minado el trabajo formativo reduciendo el presupuesto, la atención y desviando las prioridades a otro lado. El seleccionador nacional hace eso, selecciona, elige, escoge dentro del abanico de opciones. Las chances son pocas y lejos, recontralejos del nivel de los históricos del equipo.
Dicho esto, la pregunta sigue abierta. ¿A qué juega Berizzo? ¿Qué modelo de juego pretende plasmar? ¿Cuáles son las variables que compondrán su identidad de juego?
Hasta ahora el juego exhibido por la Roja en la era Berizzo deja muchas dudas. El equipo muestra un plan de intenciones que contiene presión alta, recuperación rápida de balón, obligar al rival a arriesgar, salir jugando desde el fondo, poco espacio entre las líneas.
El problema es que cuando eso se aterriza a la cancha no siempre encontramos correspondencia entre el plan y la ejecución. La Roja es un equipo intenso en la recuperación, pero débil en la generación de juego. Es un equipo que hace pocos goles, porque se genera pocas chances. No es una escuadra que despilfarre ocasiones.
Más allá de los análisis colectivos, volveremos ineludiblemente a los nombres propios. Chile tiene cada vez menos jugadores que desnivelen desde lo individual. Lo colectivo no sólo aparece prioritario, sino como el único camino posible.
Muchos piden el recambio de cuajo, pero entrar en esa dinámica es caer en un debate falso mientras no haya mejores jugadores para reemplazar a los históricos. A menos que el técnico tome una decisión radical al respecto. Si lo hace, ojalá tenga el respaldo de quienes lo contrataron, porque empezar de cero, otra vez, sería convertir un autogol de esos que cuesta mucho remontar.