No se habla del cuerpo de los otros. Es una máxima que escuchamos con frecuencia y que, con mayor o menor esfuerzo, intentamos integrar en nuestra convivencia porque adherimos éticamente a ésta . Sin embargo, cuando se trata de los cuerpos de las personas mayores, parece que esta “norma” no se aplica.
Hace unos días, una persona a quien quiero y respeto me comentó que había visto una película con una escena de dos personas mayores teniendo sexo. Su relato terminó con una expresión de asco. Con cariño, le expliqué que esa reacción era una forma de edadismo. Al igual que el sexismo, el edadismo perpetúa desigualdades, fomenta la discriminación y, en muchos casos, la violencia hacia las personas mayores.
El rechazo a los cuerpos envejecidos no solo refuerza estereotipos, sino que también tiene un impacto profundo en la autoestima de quienes los habitan. Genera sentimientos de inutilidad, vergüenza y aislamiento. Y, además, ¿por qué rechazar un cuerpo que todos, tarde o temprano, vamos a tener? Tal vez te cueste imaginar lo que siente una mujer víctima de machismo si no lo has vivido, o comprender el peso de la discriminación hacia las disidencias sexuales si no perteneces a una. Pero la vejez está al alcance de todos; es una realidad ineludible.
En este contexto, una noticia que viene del mundo de la moda: el diseñador y cineasta Tom Ford acaba de lanzar una campaña de alta joyería protagonizada por modelos mayores. Al respecto, declaró: "Estoy cansado del culto a la juventud, del rechazo cultural a la vejez, de la estigmatización de las arrugas, de las canas, de los cuerpos surcados por los años".
Un cuerpo envejecido no puede convertirse en un espacio de exclusión social porque desafía los ideales estéticos que gobiernan nuestra sociedad, donde la juventud y la perfección física son sinónimos de éxito y vitalidad. En el caso de las mujeres, esta exclusión es doblemente cruel, porque el envejecimiento suele interpretarse no sólo como una pérdida de atractivo, sino también como una pérdida de relevancia. Es una discriminación que se suma a muchas otras vividas a lo largo de nuestras vidas. ¿Cuántas veces hemos oído frases como: "¿Qué quiere decir la abuelita?", cuando intentamos opinar en una reunión? Esa condescendencia nos reduce a una condición que muchas veces ni siquiera tenemos.
Entonces, si no se habla del cuerpo de los otros, que en ese otro también estén incluidas las personas mayores. No más etiquetas como la vieja chica, el viejo encorvado, la vieja lenta o el viejo cogote de pavo. Los cuerpos son diversos, cuentan historias y son reflejo tanto de lo que somos como de lo que seremos. No hay cuerpo que merezca ser borrado ni mirada que lo invalide.