Hace doce años, Marco Lazcano Sepúlveda (54) encontró un aviso de trabajo donde se informaba que se necesitaba personal. No se especificaba en qué, pero sí el lugar: calle Arzobispo Valdivieso 555, Recoleta. Como toda su vida había sido camionero, pensó que quizás la suerte estaría de su lado, tras estar un tiempo cesante. “Llegué y ya me di cuenta que era un cementerio”, señala a Diario Usach.
Hoy, camina por los pasillos, los nichos, mausoleos y capillas del Cementerio Católico, que fue creado en 1883, para realizar las tareas de sepulturero y, a veces, de conductor. “Ya me conozco todo el lugar de memoria. Es distinto eso sí a los otros, que son más como parques, acá es como un laberinto”, detalla mientras avanza por un pasillo largo, rodeado de nichos a los lados.
Al llegar a los patios 41 y 42, saca el celular para iluminar el paso y se pueden ver las lápidas, todos con nombre y fechas de nacimiento, además de la defunción, aunque algunas más borrosas que otras por el paso de los años. “Acá a veces tú estás solo, solo, pero nunca sentí miedo. Creo que hay que tenerles miedo a los vivos”, confiesa.
Marco aún recuerda sus primeros días como sepulturero, oficio que aprendió rápidamente. “La primera vez lloré. Al principio me emocionaba, sentía algo en el corazón, como que te estaban enterrando a ti. Con los años he aprendido a llevarlo de mejor manera, pero a veces igual uno se quiebra, cuando son niños o gente joven, porque uno tiene hijos”, revela.
Agrega que “estás con el dolor de lo humano, o sea, la gente está llorando ahí. Entonces uno tiene que como que mirar para atrás, uno va aprendiendo”.
Al trabajar entre los vivos y los muertos, es imposible no pensar, a veces, en la muerte. “Uno ve la de otra manera. A veces lo pienso, digo como será, nadie sabe, pero acá nosotros estamos vivos aún”, indica.
Como Lazcano son varios los sepultureros que recorren el sitio durante el día. Uno de ellos es José Chacana Pavez (26), que responde a Diario Usach en medio de uno de los jardines que existen al interior del cementerio, cómo fue su llegada al lugar. “Mi papá era guardia acá en el cementerio y él me dijo que por qué no entraba, y así lo hice. Ya llevo dos años y ha sido maravilloso”, afirma.
El joven cuenta que recuerda muy bien su primera sepultura. “Mi primer servicio fue en un pabellón nueve, y en el quinto piso. Recuerdo que fue un nicho. Fue algo emocionante”, asegura.
Al igual que Marcos, ha sido testigo de los desgarradores gritos de despedida, los llantos, los abrazos, los discursos y la partida de su ser querido. “Ahora estamos más acostumbrados, acá viene mucha gente y uno entiende su dolor, por eso le ayudamos, en ese sentido, a sentir el pésame”.
Agrega que “valoro el lugar sagrado y me gusta trabajar en este lugar, porque igual respeto a los seres queridos que ya no están aquí en la tierra y sé que están descansando. Pero aquí no pasa nada malo, no penan, es muy tranquilo”.
José sabe que su rol no es solo sacar una plancha y sepultar el féretro. “Es maravilloso poder ayudar a la gente, que es lo que más necesita cuando va a un ser querido. Nosotros le ayudamos para que igual sienta el apoyo de un sepulturero o de un trabajador de aquel cementerio. Uno siente una parte como de apego hacia la gente que va llegando aquí”.
¿CÓMO ES EL DÍA A DÍA?
A la hora de hablar sobre cómo es el día a día, Marco cuenta que trabajan por sectores. “Recorremos todo el lugar. Si la persona falleció hoy, se hacen los trámites y al otro día lo velan y nosotros hacemos la preparación. En hacer todo, uno se demora media hora. Romper la plancha, tomar las medidas de los cajones, luego colocarla de nuevo. Están los familiares, que se despiden. Cuando terminan, nos avisan, nos acercamos y sepultamos. Colocamos las flores y nos despedimos”, relata.
José agrega que “vienen las familias a hacer las preparaciones para ver el lugar dónde va a ser sepultado el féretro. Nosotros vamos a ver la ubicación, para saber si hay espacio o no hay espacio. Si no hay espacio, se llega a hacer la reducción”.
Marco detalla que los nichos, que pueden ser laterales, están por corridas. “Hay una, dos, tres cuatro. En las capillas, que es cuando son divididos por familia, están en el frontis los padres, a la izquierda los hijos y a la derecha el familiar que estimen. Desde que estoy acá es así”, indica.
UN LUGAR SILENCIOSO
El camposanto, que cuenta con esculturas, patrimonio histórico, recibe a diarios a varias familias, es cuidado por la empresa para procurar la modernización y la recuperación patrimonial del legado histórico, religioso, cultural y arquitectónico. Una labor que tanto Marco como José también hacen, al realizar con mucho cuidado su labor.
“Acá hay mausoleos bien bonitos y nichos bien cuidados. Nosotros también preservamos nuestro sector y al realizar la sepultación nos preocupamos de todos los detalles, sabemos que es importante lo que hacemos y por eso lo hacemos con mucho cuidado y cariño”, confiesa Marco.
El recinto, que desde el 1° de enero de 2006, está a cargo de la empresa Acoger Santiago, la cual surge de la asociación del Arzobispado de Santiago (a través de la Fundación de Derecho Canónico "Acoger"), y un grupo de empresarios católicos, también ha sido víctima de robos. “Se llevan manillas y cruces de bronce”, detalla Marco.
Agrega que “este es un lugar muy tranquilo, silencioso. A veces viene gente a tomar algo, otras solo por estar un rato. Creo que les da paz estar acá”.
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