Vejez, ancianidad, senescencia, tercera o cuarta edad. Independiente del nombre que se le ponga y desde cuando se calcule, Agustín Squella nos recuerda en su más reciente publicación “La Vejez. Tiempo contra el tiempo” (Ediciones UDP, 2024), que este momento de la vida está asociado a la experiencia, la serenidad y la sabiduría; pero también a déficit, pérdida, caída, privación y vulnerabilidad.
La publicación funciona como un registro que reflexiona sobre la vejez, desde la propia realizad del autor, con varias referencias musicales, reflexiones de autores clásicos, películas y libros. Para conocer en profundidad todas las aristas de este libro ensayo, en el programa Frecuencia Pública, la periodista Daniela Figueroa conversó con su autor, el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, y ex convencional.
Al respecto, Squella comentó que “procuro no hacer balances de mi vida, ni ahora, ni antes. Escribir a los 79 años, cuando comencé este libro, resultó algo inevitable debido a una compulsión por escribir. Es algo inexplicable”, confiesa en la entrevista.
En cuanto a las reflexiones de su ancianidad respecto a la de sus contemporáneos, el abogado comentó: “He sido y sigo siendo - sobre todo hoy - bastante inconformista, y le tengo horror a envejecer en la autocomplacencia de muchos de mis contemporáneos que incurren en la injusticia y el error de pensar que ‘todo pasado fue mejor’. Ha habido épocas horribles, tanto en la biografía personal como en la historia colectiva. Uno tiene que tratar de ser justo y no embestirla contra los jóvenes, como es tan menudo entre personas de mi generación”, considera el ex convencional.
¿Cómo enfrenta y entiende la muerte el escritor? En relación a este tópico, Squella confesó que ha pasado por cuatro estados vinculados a la fe religiosa, desde la fe, la vacilación de la existencia de Dios, el agnosticismo y finalmente, el ateísmo.
“Morir es un hecho que a todos nos va a ocurrir, es algo. Pero la muerte no es nada, no es un estado en que uno permanezca. Desde ese periodo comienza una larguísima, quizás eterna oscuridad, similar a la que existía antes de nuestro nacimiento. Es una posición descreída, en ese sentido, porque uno puede no creer en Dios, pero creo en la democracia, los Derechos Humanos y en mi familia”, sentenció al concluir.
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