A raíz de la digitalización de la vida, muchos contenidos perdieron sus antiguos territorios como también sus tradicionales cultores. La web permite acceder a ellos esquivando antiguos límites. Pero quizás precisamente por esos límites y dificultades, por ejemplo, los libros eran objetos preciados y las bibliotecas espacios respetados.
El espacio digital presenta hoy todo como accesible, homogéneo y disponible -aquello que caracteriza la era técnica según Heidegger-. Incluso aquellas cuestiones más privadas e íntimas tienen un lugar en el espacio digital. Por supuesto, esto puede tener un efecto liberador para quienes han encontrado ahí un espacio de expresión. Pero también es lugar de un nuevo lucro. A diario recibimos noticias de personalidades del mundo del espectáculo y la política (Camila Polizzi y Kathy Barriga) que recaudan sumas millonarias por subir contenidos eróticos en la plataforma Arsmate. Y se polemiza.
Olvidemos a Polizzi y Barriga por un segundo y pensemos; a menos que creamos que hay una prohibición moral fuerte (por ej. católica) que impida lucrar con las antes llamadas “zonas pudendas”, no es tan fácil criticar sin moralismos, machismos o conservadurismos. ¿Por qué no lo haría?
No es por pudor, ni porque una mujer o un hombre no deba lucrar con su cuerpo -un modelo o un bailarín también lo hace-. Lo que me inquieta es la facilidad con la que, como individuos y sociedad, con tal de recibir jugosas sumas de dinero, estemos dispuestos a poner nuestro cuerpo -único e irrepetible- a disposición de un mercado ilimitado y anónimo que lo eterniza como un cuerpo-objeto íntegramente identificado.
Sin desconocer que la vida en Chile se ha vuelto muy costosa y que la mayoría de los chilenos no tienen una expectativa de futuro de largo plazo, es comprensible que monetizar rápido no es antojadizo. No obstante, cuando el dinero se transforma en un fin, más que en un medio para una buena vida, de poco sirven los esfuerzos por poner en valor otro tipo de bienes -inmateriales o materiales- o defender virtudes.
De nuevo, ¿por qué no Arsmate? Me parece que tiene que ver con el límite entre lo público y lo privado. La soberanía del propio cuerpo implica poder exponerlo del modo que a uno mejor le convenga; cobrando el precio que mejor uno considere -pero justo eso, “poner un precio” por exponer lo íntimo, hace de ese cuerpo un bien, una cosa, similar a tantos otras mercancías-. El cuerpo sin precio, por su parte, jamás es mercancía -es aprecio para sí y también para el otro-. Compartido es incluso un regalo íntimo -bien o mal dado-; algo secreto, misterioso y resguardado solo en las memorias que, como la vida, cambian, donde no hay imagen que se eternice en un mercado anónimo, sino un recuerdo borroso en una persona con nombre y apellido.