Durante décadas los aficionados argentinos entonaban ese estribillo que decía que la Copa se mira y no se toca, una provocación a los equipos que siempre miraban de lejos la Libertadores. Y algo de razón tenían, pues recién en 1979 el máximo trofeo continental de clubes salió del triángulo que repartieron equipos argentinos, uruguayos y brasileños. Fue Olimpia de Paraguay, 19 años después de jugarse la primera edición, el que rompió esa tendencia.
En aquella época jugaban campeón y subcampeón de cada país. Así y todo la corona se la repartían los mismos. Hoy esa diferencia es aún más marcada y concentrada en favor de los brasileños.
Los brasileños son mejores para la pelota. Probablemente los mejores de todos. A eso le suman un presupuesto millonario. Flamengo es un equipo sudamericano con presupuesto europeo. Lo mismo Palmeiras, Corinthians, Atlético Mineiro, Inter y Gremio de Porto Alegre, incluso el Atlético Paranaense, finalista de la Libertadores. Y un tercer factor: la cantidad de equipos brasileños que juegan en torneos internacionales es muy superior al de otros países. Veinte equipos juegan el torneo brasileño. Quince de ellos tienen plaza a Libertadores y Sudamericana. Demasiado.
Corre el riesgo la Libertadores de convertirse en un baile de uno solo. Y para bailar se necesitan al menos dos. Por tercer año consecutivo la final de la Copa la animarán equipos brasileños.