Consumada la eliminación de Chile del próximo Mundial es tiempo de mirar hacia adelante y comenzar a bosquejar los pasos necesarios para que el porvenir no sea tan nebuloso como el presente. Para alcanzarlo es necesario detenerse en el diagnóstico de lo ocurrido en una de las peores clasificatorias nacionales de todos los tiempos.
“Acá somos todos responsables”, es la respuesta que escuchamos con mayor frecuencia por parte de diversos protagonistas. Si bien es cierto el contenido de la frase, disipa la búsqueda de la solución al establecer culpabilidades generales, sin rango ni identidades. Es como cuando se piden disculpas al aire. “Te ofrezco disculpas si te sentiste ofendido”. Eso es reconocer nada, una frase al viento con linda sonoridad y escaso contenido.
En la eliminación chilena hay responsabilidad de los dirigentes, que nunca tuvieron un proyecto claro, que despidieron a un entrenador que iba mal para traer a otro que le fue peor. De los jugadores, que son los responsables de entrar a la cancha y tratar de ejecutar lo planeado por el técnico de turno. Del entrenador, que aparte de componer las trizadas relaciones internas y de comentar con sapiencia los post-partido, tiene poco a su favor. De la prensa, si quieren, por exacerbar ciertos rendimientos que nunca se consolidaron y no distinguir muchas veces lo superficial de lo profundo. Pero los grandes responsables del desmedro de la actividad, de la organización, de pulverizar las divisiones inferiores, de permitir que los representantes controlen los clubes, de la errática conducción del campeonato, de definir los descensos de las principales categorías del fútbol nacional por secretaría, es el ilustre Consejo de Presidentes, compuesto hoy no por presidentes de las instituciones, sino por los dueños, este grupo de mercaderes que tienen plenos poderes, que se miden entre ellos mismos y que en los últimos quince años han dinamitado las pocas bases que existían.
Si conciben el fútbol como un gran negocio, el objetivo de ese prisma sería ganar dinero. Válido, lícito, legal. Pero ni siquiera ganan plata. La única forma de obtener utilidades en el fútbol sudamericano es con los traspasos de futbolistas, sin embargo los mercaderes han destruido los torneos de cadetes, usando la pandemia y el estallido social como excusa para tomar decisiones promovidas por el ahorro de dinero. Entonces, si se meten en un negocio y no sigue el único camino posible para ganar dinero, la pregunta surge espontánea. ¿Por qué se metieron al fútbol si ya controlan la educación, la salud, lass isapres, las pensiones, las carreteras, las concesiones, las inmobiliarias, los medios de comunicación, el comercio, el Parlamento? Por el poder, la influencia, eso que llaman codicia. Porque pueden. La estructura los avala y se los permite.
Nunca el fútbol chileno ha tenido más dinero. Nunca se ha despilfarrado más dinero. Nunca los caminos han estado más torcidos. Se puede cambiar al entrenador de turno, a la directiva de la ANFP, a todos los jugadores, pero no al ilustre Consejo de Presidentes. Porque son dueños y estarán ahí hasta que vendan sus acciones. Es decir, hasta que se les antoje.
No son los únicos responsables, pero sí los más responsables de todos. Porque controlan la actividad, se regulan entre ellos y tienen criterios que sólo levantan sospechas. En noviembre hay elecciones. Algunos miramos con terror esos comicios. Aunque parezca increíble, lo que viene puede ser peor. Fue promesa de campaña del Presidente Boric: es urgente revisar, replantear, la ley de sociedades anónimas deportivas a la chilena. Ahora. De otra forma puede venir un estallido, como ocurrió en las calles, pero en una cancha.
Pobre fútbol.